Y esta pequeña y humilde caja de mi escritorio es tu recuerdo más cercano. El último capricho que me concediste, una de las últimas sonrisas que sacaste de las tímidas comisuras de mis labios.Y cada vez que suena aquella música doy rienda suelta a mis recuerdos contigo. . Todos aquellos momentos ya vividos giran en aquella caja musical, que no se deja mecer por el paso del tiempo, que permanece intacta, pero inundada de sentimientos dispares. Y cada vez que escucho su música, una lágrima resbala por mi mejilla, sé que tu, también oirás aquella música: tan dulce, tan suave; nuestra música. Y aquella bailarina que gira y gira, sin desgastarse, es tu recuerdo, venciendo al tiempo y a sus desgastadas punteras de baile..Yes que la música de aquella caja, camufla el sonido del llanto y acentúa mi felicidad y melancolía, en cuestión de segundos. Por que sé estás conmigo escuchándola una vez más.
Escucha tu silencio
martes, 15 de febrero de 2011
Caja musical.
Siempre está ahí, sobre mi escritorio, reposando sus días y velando sus noches. Su color se mantiene aún de aquel azul oscuro vital que penetra en mis pupilas y las adormece de manera instántea. Su música sigue sonando como aquel primer día: dulce, tierna, pegadiza; jugueteando con mis oídos y aislándolos de todo ruido estridente y pesambroso. La bailarina danza de la misma forma, sostenida por aquel minúsculo alambre, como si los días no pasasen y su calzado cristalino no se desgastase. A veces, contemplo aquella caja musical y sé que al abrirla entraré en una especie de mundo paralelo, en el cual me siento viva; un mundo formado de recuerdos, amor, abrazos, cariño, unión. Y es que fue uno de los últimos regalos que me hiciste, cuando yo aún era una niña adicta a los escaparates. Y es que de pequeña, yo observaba que las princesas de las películas poseían una en su mesita de noche, que cada día contemplaban y a la cual cantaban caida la noche, y con la que divagaban por sus pensamientos más profundos.
miércoles, 9 de febrero de 2011
Ultimos días..
Se quitó sus medias de color oscuro, y se descorrió el rimel de sus ojos, con unas gotas de agua, ya no habían lágrimas en ella, ya no habían posibilidades de retrodecer. Se miró una vez más en el espejo de marfil, y ya no se reconoció en aquel espejo. Su rostro demacrado, pálido, su expresión seria, triste, sus ojos recubiertos de una tristeza que ya no se podía expresar, sus manos manchadas de tinta, sus labios cortados. No encontraba motivos, tampoco fuerzas por ningún lado. Se acariciaba sus mejillas y no notaba nada, ya se había acostumbrado al frío, a la frialdad, a no sentir nada. No sentiría, dolor, y aquello le provocaba en cierta manera, dulzor. Abrió su armario y descolgó de la percha, un vestido negro oscuro, apenas le venía, pero qería que fuese el último vestido que luciese, para siempre. Se puso carmín rojo en los labios, y se quitó los tacones, resopló una vez más.
En su cama, esparció unos cuantos pétalos y tumbó las fotos de su mesita de noche, desactivó el despertador, y tuvo ganas de retroceder, pero el tiempo ya no existiría para ella. Dejó la nota de despedida, en la repisa de la ventana. En ella explicaba, que ya estaba cansada, de existir. Que estaba atrapada en una continua pesadilla, y que los sueños ya no existían para ella. Su vida, era una huida sin escapatoria.
Se colocó un antifaz de colores oscuros, y se acercó a la mesa, donde estaba depositado el utensilio necesario, la vía de acesso a la otra vida, que tanto había temido, pero que tanto había rozado. Sintió que temblaba, pero no sentía nada. Tenía ganas de acabar con todo aquello. Con los desamores, las risas a sus espaldas, los encontronazos, el miedo, el temor, la huida. Para ello, pensó, había de acabar con ella misma.
Se iba a disponer a iniciar aquel nuevo camino, que determinaría el fin del primero, cuando el contestador del teléfono sonó, y una voz, grave, se dejó oír "Somos su compañía teléfonica..". Apagó el teléfono con brusquedad, si era la única compañía que tenía
En su cama, esparció unos cuantos pétalos y tumbó las fotos de su mesita de noche, desactivó el despertador, y tuvo ganas de retroceder, pero el tiempo ya no existiría para ella. Dejó la nota de despedida, en la repisa de la ventana. En ella explicaba, que ya estaba cansada, de existir. Que estaba atrapada en una continua pesadilla, y que los sueños ya no existían para ella. Su vida, era una huida sin escapatoria.
Se colocó un antifaz de colores oscuros, y se acercó a la mesa, donde estaba depositado el utensilio necesario, la vía de acesso a la otra vida, que tanto había temido, pero que tanto había rozado. Sintió que temblaba, pero no sentía nada. Tenía ganas de acabar con todo aquello. Con los desamores, las risas a sus espaldas, los encontronazos, el miedo, el temor, la huida. Para ello, pensó, había de acabar con ella misma.
Se iba a disponer a iniciar aquel nuevo camino, que determinaría el fin del primero, cuando el contestador del teléfono sonó, y una voz, grave, se dejó oír "Somos su compañía teléfonica..". Apagó el teléfono con brusquedad, si era la única compañía que tenía
martes, 8 de febrero de 2011
Creía en los cuentos
A Margot le encantaba, que le contasen cuentos, bajo la luz de la lámpara dorada de su mesa de noche y al lado del calor que desprendía la leña al quemarse, en su estufa de marfil. Le encantaba, por que los finales de sus cuentos, eran todos felices, el príncipe besaba a la princesa, y los males acababan. Su madre, siempre le tendía un beso, en la mejilla, que le dejaba atisbos de carmín rojo.
Pero Margot creció, y comenzó a elaborar sus propios cuentos, su propia vida. Alejada de aquella lámpara de marfil, y de aquel calor, que le invadía cada parte del cuerpo. Y se dio cuenta, de que ninguno de aquellos cuentos, se cumplía en ella.
Ella también se sintió con una corona dorada, se sintió sentada en un trono, y se sintió rozando sus labios fríos, con aquel príncipe de cuento y de novela. Sentía todo aquello, y en su oído, aún podía oír la voz de su madre, suave, tierna, prediciendo cada final.
Pero la vida pasó y Margot nunca fue aquella princesa de cuento. Perdió su zapato de cristal, pero nadie se lo devolvió y quedó llorando en su habitación. Nadie la despertó de su sueño, con un beso. Nadie la llevo al baile de fin de curso, ni le dedicó un beso en un portal oscuro.
Pero la esperanza, que tenía de niña, aún no se acabó. Cada día esperaba sentada en la repisa de la ventana, viendo la lluvia caer y imaginando a su príncipe, con su zapato de cristal, el beso, el baile, y su voz tierna, susurrándole al oído “Te quiero”.
La vida de Margot, acabó entre lágrimas, pétalos esparcidos sobre su cama, velas apagadas y en mitad de su cama, yacía un libro abierto, el primero que le leyó su madre. Bajo aquellas palabras, de “Tuvieron un final feliz y comieron perdices”, ella había escrito unas palabras, con el carmín rojo, con el que le besaba su madre, cada noche, y con el que esperaba puesto, a su príncipe imaginario.
. “Mi final de cuento, es el sueño eterno, un sueño que nunca viví”.
Y antes de abandonar aquella vida, en soledad, le pareció escuchar la voz de su madre, en el oído, diciendo aquella monótona frase “Érase una vez”.
sábado, 29 de enero de 2011
Felicidad.
La lluvia caía sobre el asfalto de unas calles oscuras. Me dirigí al portal y llamé al telefonillo, de la esperanza. Al telefonillo de aquel chico, que había protagonizado, mis pensamientos, mi vida. Noté como mi respiración se aceleraba, como comenzaba a temblar, y mis dientes a castañear. Pero la fuerza de aquellos látidos, hicieron que mi dedo apretase con suavidad, el telefonillo del destino. El número 21.
-Soy yo- dije con voz dulce.
Mientras abría la pesada puerta, me arrepení de aquellas palabras. ¿Era yo?, ¿Pero quién sería, yo para él?. ¿Tenía que haber dicho mi nombre?. Quizás él ya me hubiese olvidado, ya no se acordase de aquel nombre, que una vez fue pronunciado por su voz aterciopelada.
En el ascensor, sube conmigo una señora. Me observa de arriba a abajo. Me sonríe. Me mira de reojo, dos veces más, y busca mi mirada en el espejo. Me encuentro nerviosa, y necesito salir ya de ahí. Noto como aprieto mis labios, cuando ella me dice:
-¿Vas al 21?
¿Por qué sabía aquello, la señora?. No entendía absolutamente nada. Le contesté que si, y ella suspiró repetidas veces, luego se acarició su mechón de pelo y se despidió de mi, cuando baje del ascensor. Y entonces me dijo, "Es tu noche. ¿Verdad?".
Cuando fui a llamar a la puerta 21. Leí un cartel, que había adherido en aquella puerta, decía lo siguiente.
"No molestar. Esta noche estará conmigo la felicidad".
No sabía que quería decir aquel cartel, me aterraba todo aquello. Pero fue entonces, cuando él me abrió la puerta. Ojos de avellana, labios tensos, cabello moreno, mirada penetrante. Y entonces acariciándome la mejilla, me dijo:
-Llevaba años esperándote..
Y me besó.
Lo comprendí todo, era su felicidad. Pero él no supo jamás, que para mí él había sido también mi tristeza,mi felicidad, mi vida. Y la vida no se va hasta el final de los días, siempre permanece hasta el último respiro. En cambio la felicidad a la par que viene, se va. Por ello, él no lo supo jamás. Prefirió vivir con la tristeza, y por ello no volví a besar aquellos labios, que tan sólo tenían sed de felicidad.
martes, 28 de diciembre de 2010
Amistad refugiada en el tiempo.
El otro día, pude comprobar la existencia de las galletas de la suerte. Aquellas que salen en las películas, con un mensaje vital, con una especie de consejo, de refrán, que tiene una cierta relación con tu situación y con tu vida. Me sorprendió, encontrar una caja con estas galletas, posada sobre la amplia mesa donde tenía lugar una ostentosa comida de familiar, llena de palabras sin dueño y de reclamaciones sin razón de ser. Cogí una galleta de aquel paquete y un cierto nerviosismo recorrió mi cuerpo, :¿Cuál sería mi mensaje?. Quizá hablase de amor no correspondido, de personalidad equívoca, de finales de cuentos, o de la más absurda situación. Desenvolví el mensaje de la galleta, mientras las manos me temblaban, intrigadas. Y entonces leí el mensaje grabado a tinta sobre un fino papel que amenazaba con romperse, con el más fino desliz. Contenía el siguiente mensaje : “La amistad es como un viejo vino, cuanto más lo conservas, mejor”. Mis ojos se abrieron ante tal mensaje y una sonrisa iluminó mi rostro, conocía la razón de aquel mensaje.
Estoy totalmente de acuerdo con el mensaje de aquella galleta
cogida al azar. Las amistades viejas, que no se entierran con el paso del tiempo y que no se dejan envolver por el polvo del paso del tiempo, que se sostienen gracias a recuerdos y a sucesos, son las amistades verdaderas. He podido conocer el mensaje de esta galleta, gracias a mi propia mi vida.
Es cierto, que cada día podemos conocer a gente nueva, gente que te saluda mientras sujeta su maletín, gente que te besa y te dice su nombre entre estruendosos ruidos urbanos, gente que te tienda su mano un día y al siguiente apenas recuerda tu nombre y tu situación.
En cambio todos los días, ahí están ellos. Aquellos, selectos. Muchas veces los dedos de una mano, sobran para contarlos. A veces estas amistades infranqueables, están separadas por fronteras de tiempo y de lugar, pero fronteras que apenas nadie ni nada pueden sobrepasar, a veces ni la más mínima ráfaga de viento procedente del exterior. Dicen que las amistades son un tesoro. Un tesoro que no debe de permanecer bajo llave, y que no haya que abrirlo tan solo cuando necesitas recubrirte de ese oro brillante y esplendoroso. Si no, que es un tesoro, del cual tu eres la llave, y cuanto más abras aquel tesoro, cuanto más lo aprecies, entonces tu tesoro brillará, porque la luz del sol que lo ilumina le aporta aquella energía vital.
Para mi conservar aquellas contadas amistades, es el mayor tesoro que tengo en mi vida. He vivido situaciones difíciles, he sido juzgada por toda acción que he llevado a cabo, me he ceñido a vivir de pensamientos y de comentarios menospreciantes. He vivido en una burbuja, una burbuja de sentimientos huidizos, de engaños, de transparencias. Ellas han explotado mi burbuja traicionera, con cualquier fino alfiler, me han enseñado cualquier detalle para ser más feliz. Me encanta poder llorar en sus hombros, me hace sentirme protegida, importante y querida. Pero sobretodo me encanta reír con ellas, desafiando al paso del tiempo, al dolor que me acobarda, a los comentarios que taladran en mi interior con frecuente insistencia.
Sé que cuando lean este humilde texto, ellas sonreirán, porque saben perfectamente quienes son. Saben quien es el tipo de chica que escribe esto. Una chica dolida, arrepentida, y con mucho amor que dar, amor que irá en gran parte para ellas, para los días, momentos, incluso magníficos segundos que me hacen pasar. Y es que necesito vuestro apoyo y fuerza, para seguir adelante, para el camino que vosotras me marcáis y que yo, ciega, a veces me niego a completar.
Y todo esto lo produjo el mensaje de una galleta, la cual carecía de azúcar. Pero me proporcionó esta reflexión, y una sonrisa. Será verdad lo de que el vino poco conservado, no es buen vino.
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