Se quitó sus medias de color oscuro, y se descorrió el rimel de sus ojos, con unas gotas de agua, ya no habían lágrimas en ella, ya no habían posibilidades de retrodecer. Se miró una vez más en el espejo de marfil, y ya no se reconoció en aquel espejo. Su rostro demacrado, pálido, su expresión seria, triste, sus ojos recubiertos de una tristeza que ya no se podía expresar, sus manos manchadas de tinta, sus labios cortados. No encontraba motivos, tampoco fuerzas por ningún lado. Se acariciaba sus mejillas y no notaba nada, ya se había acostumbrado al frío, a la frialdad, a no sentir nada. No sentiría, dolor, y aquello le provocaba en cierta manera, dulzor. Abrió su armario y descolgó de la percha, un vestido negro oscuro, apenas le venía, pero qería que fuese el último vestido que luciese, para siempre. Se puso carmín rojo en los labios, y se quitó los tacones, resopló una vez más.
En su cama, esparció unos cuantos pétalos y tumbó las fotos de su mesita de noche, desactivó el despertador, y tuvo ganas de retroceder, pero el tiempo ya no existiría para ella. Dejó la nota de despedida, en la repisa de la ventana. En ella explicaba, que ya estaba cansada, de existir. Que estaba atrapada en una continua pesadilla, y que los sueños ya no existían para ella. Su vida, era una huida sin escapatoria.
Se colocó un antifaz de colores oscuros, y se acercó a la mesa, donde estaba depositado el utensilio necesario, la vía de acesso a la otra vida, que tanto había temido, pero que tanto había rozado. Sintió que temblaba, pero no sentía nada. Tenía ganas de acabar con todo aquello. Con los desamores, las risas a sus espaldas, los encontronazos, el miedo, el temor, la huida. Para ello, pensó, había de acabar con ella misma.
Se iba a disponer a iniciar aquel nuevo camino, que determinaría el fin del primero, cuando el contestador del teléfono sonó, y una voz, grave, se dejó oír "Somos su compañía teléfonica..". Apagó el teléfono con brusquedad, si era la única compañía que tenía
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