sábado, 29 de enero de 2011

Felicidad.


Aquella noche, iba a  ser mi  noche, iba a completar un cielo, que se hallaría, rebosante de estrellas, de esperanzas, de ilusiones. Por fin había llegado aquella noche que tanto se desitía. Por fin, mi  sueño se había hecho realidad. Por fin volvía a sonreír, después de aquellos años inundados de lágrimas, desesperación y escasos de ilusiones.
La lluvia caía sobre el asfalto de unas calles oscuras. Me  dirigí  al portal y llamé al telefonillo, de la esperanza. Al telefonillo de aquel chico, que había protagonizado, mis  pensamientos, mi  vida. Noté como mi respiración se aceleraba, como comenzaba a temblar, y mis  dientes a castañear. Pero la fuerza de aquellos látidos, hicieron que mi  dedo apretase con suavidad, el telefonillo del destino. El número 21.
-Soy yo- dije  con voz dulce.
Mientras abría la pesada puerta, me arrepení  de aquellas palabras. ¿Era yo?, ¿Pero quién sería, yo  para él?. ¿Tenía que haber dicho mi nombre?. Quizás él ya me  hubiese olvidado, ya no se acordase de aquel nombre, que una vez fue pronunciado por su voz aterciopelada.
En el ascensor, sube conmigo una señora. Me observa de arriba a abajo. Me sonríe. Me mira de reojo, dos veces más, y busca mi mirada en el espejo. Me encuentro nerviosa, y necesito salir ya de ahí. Noto como aprieto mis labios, cuando ella me dice:
-¿Vas al 21?
¿Por qué sabía aquello, la señora?. No entendía absolutamente nada. Le contesté que si, y ella suspiró repetidas veces, luego se acarició su mechón de pelo y se despidió de mi, cuando baje del ascensor. Y entonces me dijo, "Es tu noche. ¿Verdad?".

Cuando fui a llamar a la puerta 21. Leí un cartel, que había adherido en aquella puerta, decía lo siguiente.
"No molestar. Esta noche estará conmigo la felicidad".
No sabía que quería decir aquel cartel, me  aterraba todo aquello. Pero fue entonces, cuando él me  abrió la puerta. Ojos de avellana, labios tensos, cabello moreno, mirada penetrante. Y entonces acariciándome la mejilla, me dijo:
-Llevaba años esperándote..
Y me besó.
Lo comprendí  todo, era su felicidad. Pero él no supo jamás, que para mí  él había sido también mi tristeza,mi felicidad, mi vida. Y la vida no se va hasta el final de los días, siempre permanece hasta el último respiro. En cambio la felicidad a la par que  viene, se va. Por ello, él no lo supo jamás. Prefirió vivir con la tristeza, y por ello no volví  a besar aquellos labios, que tan sólo tenían sed de felicidad.

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