martes, 28 de diciembre de 2010

Amistad refugiada en el tiempo.

El otro día, pude comprobar la existencia de las galletas de la suerte. Aquellas que salen en las películas, con un mensaje vital, con una especie de consejo, de refrán, que tiene una cierta relación con tu situación y con tu vida. Me sorprendió, encontrar una caja con estas galletas, posada sobre la amplia mesa donde tenía lugar una ostentosa comida de familiar, llena de palabras sin dueño y de reclamaciones sin razón de ser. Cogí una galleta de aquel paquete y un cierto nerviosismo recorrió mi cuerpo, :¿Cuál sería mi mensaje?. Quizá hablase de amor no correspondido, de personalidad equívoca, de finales de cuentos, o de la más absurda situación. Desenvolví el mensaje de la galleta, mientras las manos me temblaban, intrigadas. Y entonces leí el mensaje grabado a tinta sobre un fino papel que amenazaba con romperse, con el más fino desliz. Contenía el siguiente mensaje : “La amistad es como un viejo vino, cuanto más lo conservas, mejor”. Mis ojos se abrieron ante tal mensaje y una sonrisa iluminó mi rostro, conocía la razón de aquel mensaje.
Estoy totalmente de acuerdo con el mensaje de aquella galleta
 cogida al azar. Las amistades viejas, que no se entierran con el paso del tiempo y que no se dejan envolver por el polvo del paso del tiempo, que se sostienen gracias a recuerdos y a sucesos, son las amistades verdaderas. He podido conocer el mensaje de esta galleta, gracias a mi propia mi vida.
Es cierto, que cada día podemos conocer a gente nueva, gente que te saluda mientras sujeta su maletín, gente que te besa y te dice su nombre entre estruendosos ruidos urbanos, gente que te tienda su mano un día y al siguiente apenas recuerda tu nombre y tu situación.
En cambio todos los días, ahí están ellos. Aquellos, selectos. Muchas veces los dedos de una mano, sobran para contarlos. A veces estas amistades infranqueables, están separadas por fronteras de tiempo y de lugar, pero fronteras que apenas nadie ni nada pueden sobrepasar, a veces ni la más mínima ráfaga de viento procedente del exterior. Dicen que las amistades son un tesoro. Un tesoro que no debe de permanecer bajo llave, y que no haya que abrirlo tan solo  cuando necesitas recubrirte de ese oro brillante y esplendoroso. Si no, que es un tesoro, del cual tu eres la llave, y cuanto más abras aquel tesoro, cuanto más lo aprecies, entonces tu tesoro brillará, porque la luz del sol que lo ilumina le aporta aquella energía vital.
Para mi conservar aquellas contadas amistades, es el mayor tesoro que tengo en mi vida. He vivido situaciones difíciles, he sido juzgada por toda acción que he llevado a cabo, me he ceñido a vivir de pensamientos y de comentarios menospreciantes. He vivido en una burbuja, una burbuja de sentimientos huidizos, de engaños, de transparencias. Ellas han explotado mi burbuja traicionera, con cualquier fino alfiler, me han enseñado cualquier detalle para ser más feliz. Me encanta poder llorar en sus hombros, me hace sentirme protegida, importante y querida. Pero sobretodo me encanta reír con ellas, desafiando al paso del tiempo, al dolor que me acobarda, a los comentarios que taladran en mi interior con frecuente insistencia.
Sé que cuando lean este humilde texto, ellas sonreirán, porque saben perfectamente quienes son. Saben quien es el tipo de chica que escribe esto. Una chica dolida, arrepentida, y con mucho amor que dar, amor que irá en gran parte para ellas, para los días, momentos, incluso magníficos segundos que me hacen pasar. Y es que necesito vuestro apoyo y fuerza, para seguir adelante, para el camino que vosotras me marcáis y que yo, ciega, a veces me niego a completar.
Y todo esto lo produjo el mensaje de una galleta, la cual carecía de azúcar. Pero me proporcionó esta reflexión, y una sonrisa. Será verdad lo de que el vino poco conservado, no es buen vino.

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